Tengo un globo en el patio de mi casa, oh baby
Estaba repasando los sucesos de la semana y me encontré con la historia del pibe y el globo que se elevó por el cielo de Colorado, escoltado por un enjambre de helicópteros y ojos que, en vivo y en directo, siguieron angustiados la larga parábola del artefacto donde se suponía que volaba el inquieto Falcon Heene.
El globo descendió después de volar varias millas y decenas de policemans, bomberos, guardias nacionales, boyscouts y premios nobel de la paz corrieron desaforadamente hacia la nave, aunque no estoy seguro si corrían para rescatar a Falcon o para detenerlo y encarcelarlo en virtud de la legislación de Colorado que prohibe expresamente a los menores de seis años el ejercicio de la elevación aeroestática.
Cuando todo terminó y el bueno de Falcon apareció escondido en el desván de su casa para alivio de las multitudes que seguían el episodio (provocando una suba en las acciones de las empresas que fabrican palomitas de maíz y sodas malteadas) empezaron a aparecer sospechas sobre la veracidad de caso, ya que la familia había participado en algún show televisivo de esos que tanto gustan a los americanos del norte y también a los del sur, que sin ser del norte quisieran serlo.
Y aquí estoy, oh baby, terminando la semana, repantigado en mi sillón masajeador, tomando una malteada de vainilla y comiendo palomitas de maíz con miel de arce, escuchando a Billy Joel e imaginando que en el fondo de mi casa tengo un globo listo, con lugar para subir a alguien y, mientras empiezo a ver el partido de los aguilas contra los bulldogs, caigo en la cuenta que todo es inútil, ese globo nunca volará simplemente porque mi lista es demasiado larga.
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