Zoncera N° 38
Pocos días atrás publicamos la "Zoncera Nº 37" y hoy hacemos lo propio con la subsiguiente. No veo a nadie que se oponga.
DICE "LA NACIÓN"... DICE "LA PRENSA"
Esta es una zoncera complementaria de la de cuarto po¬der. Pero en este caso no se trata de un poder de cuarta. Sobre todo, no se trató.
Esta no es una zoncera difunta como la del tirano Rosas y la piedra movediza del Tandil, porque "La Nación" no se ha caído y a "La Prensa" la volvieron a colocar sobre su base y se menea de nuevo. Sólo que están muy venidas a menos porque ya no se oye como: "Dice La Nación", o "Dice La Prensa".
"La Nación" afirma expresamente que es "una tribuna de doctrina" y "La Prensa" es la doctrina misma. Sólo que ahora, nadie se entera de cuáles son sus doctrinas, porque los editoriales no son inéditos, pero es como si lo fueran: son ileídos. Pero el lector que regularmente los rehuye, no los puede evitar a lo largo de la información, donde se dan las opiniones como noticias. Así, si leyéndolas usted no se entera de cómo ocurrieron los hechos, se entera de cómo debieron ocurrir, se¬gún la doctrina de los editoriales. De tal manera, un telegra¬ma de La Quiaca, de Hong-Kong, París, Nueva York o Durban, contiene más doctrina que datos ciertos, sobre todo cuan¬do los datos ciertos se dan de patadas con las doctrinas, lo que revela que en "La Nación" y en "La Prensa" ya saben qué es lo que lee el lector. Esto ha llevado a que los redactores seleccionados rellenen y adoben los telegramas, y que los que no sirven escriban los editoriales; así no es raro que los escriba algún Mitre o algún Paz. O los plumíferos que los Mitre y los Paz tienen para complacerlos en sus menesteres domésticos.
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Cuando yo era muchacho los diarios llegaban al pueblo con el tren de las 14 y 35. Los vecinos de pro terminaban a esa hora su siesta y se apoltronaban en la hamaca o en el sillón de mimbre a esperar —con el ojo puesto en la puerta de calle— la llegada del repartidor, atentos a que los hijos no les "madrugaran" el ejemplar.
Los dos diarios se leían minuciosamente, de punta a pun¬ta, con editorial y todo, y desde ese momento los vecinos res¬petables se consideraban en situación de adoctrinar a su vez.
A la caída de la tarde bastaba aproximarse a las ruedas para oír "Dice La Nación", "Dice La Prensa". Y las opiniones caían como sentencias.
Ahora sucede todo lo contrario. Y cuando alguno expresa una opinión se apresura a defenderse si el interlocutor le ar¬guye: "Pero eso lo dice La Nación..." o "Lo dice La Pren¬sa...", y para defenderse se remite a fuentes privadas e insos¬pechables, como la prima de una mucama de un general. Fuen¬tes que no están mejor informadas pero que no contienen doctrina, salvo cuando el mucamo es "gaita".
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