"No debemos olvidar en ningún momento –cualesquiera sean las diferencias de apreciación– que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el general Perón y el arcángel San Miguel. Se trata de optar entre el general Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón, fortalece a Pinedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opuesto al pensamiento del país”. Raul Scalabrini Ortiz

lunes, 7 de abril de 2008

HABLEMOS EN SERIO

Producción agroexportadora e (in)seguridad alimentaria: El caso de la soja en Argentina
Dr. (c) .Ing. Agr. Walter Alberto Pengue

Resumen
Durante los noventa, la producción agropecuaria argentina presentó importantes transformaciones, que sosteniéndose en un modelo tecnológico intensivo contribuyó a un perfil de país, que creyó encontrar en la creciente especialización productiva ventajas comerciales importantes. El paradigma de la eficiencia y la incorporación tecnológica de cultivares de soja transgénica adaptados a muchas de las ecoregiones argentinas facilitó el desplazamiento de variados sistemas, no sólo en la Región Pampeana sino en las zonas extraPampeanas, ricas en biodiversidad. Por otro lado, la disponibilidad y riqueza de alimentos para la población argentina (ricos y pobres) disminuyó drásticamente poniendo en riesgo la soberanía alimentaria del país, que al igual que muchas otras naciones sudamericanas facilitaron la transnacionalización de su agricultura y han perdido el rumbo. Es importante definir políticas agrícolo ambientales y la implementación de instrumentos de regulación, como las retenciones ambientales. A la lucha por los recursos, suelo, agua potable y biodiversidad, Argentina, Sud América y el mundo se envuelven hoy en un nuevo debate, la Batalla por la Proteína de mayor calidad entre el Sur y el Norte.

Palabras clave
Argentina – Soja Transgénica – Deuda Ecológica – Soberanía Alimentaria - Proteína



1. Tecnoeficiencia y Tecnopatogenias del modelo transgénico

La paradoja de una Argentina exitosa agroexportadora y por otro lado, desnutrida (Aguirre, 2003), no es tal para el frío análisis comercial en un mundo global, ya que sólo confirma la tesis – comprobada históricamente con el café, el azúcar, el caucho, el banano, el tabaco o el quebracho - que son muchas las naciones que han enriquecido con sus bienes y recursos a corporaciones foráneas y sus contrapartes locales, subsumiendo a sus compatriotas en el hambre más adjecta. Argentina, no escapa a esta consideración. El otrora granero del mundo puede llegar a hipotecar los recursos del país detrás de la renta económica inmediata y enfrentarse a una pérdida casi total de su Soberanía Alimentaria.
Hace menos de una década que se ha permitido la liberación comercial de semillas de soja transgénica que junto con una fuerte adopción tecnológica y profundas transformaciones sociales y económicas han cambiado, en un sentido u otro, el perfil productivo del campo argentino (Pengue,2000), de una forma mucho más intensa, que el propio proceso previo generado por la recordada Revolución Verde.
En el caso de la BioRevolución o Segunda Revolución Verde, el primer tipo y camada de la tecnología ADN recombinante – básicamente semillas de soja, maíz y algodón - que se expande en el país, responde a un paquete intensivo en el uso de insumos promovido durante la última década y que fuera conocida como la década del insumo.
Esta intensificación agrícola de la década pasada y actual, presentada como una única alternativa productiva en el marco de un modelo de pensamiento único y hegemónico, ha generado transformaciones importantes tanto en la estructura agraria pampeana como extrapampeana: Desaparición de paisajes enteros, pérdida de la diversidad productiva, inaccesibilidad de los sectores sociales más vulnerables a los productos de la canasta básica de alimentos, dependencia y pérdida de la capacidad gerencial del productor, alto grado de endeudamiento, pérdidas de información y formación adecuada y capacidades en el know-how agropecuario y aceleración de procesos degradatorios, muchas veces ocultos detrás de las variedades de altos rendimientos.
Es incuestionable que la soja (Gráfico Nº 1) se ha convertido en el cultivo más importante de Argentina, pero con costos y externalidades devenidos de la monocultura, crecientes pero poco evaluados. La evaluación del riesgo tecnológico, de la prudencia necesaria frente a una tecnología tan poderosa no ha sido considerada. Las tecnopatogenias (Eguiazu y Motta, 1997) asociadas tampoco. Sobre la actual campaña agrícola - 70.000.000 de toneladas – el cultivo representa más del 50 %, mostrando por una parte un interesante techo productivo tecnológico, pero por el otro, la manifiesta debilidad del país, dependiente de un producto que básicamente apunta a la agroexportación y que no es componente importante en ninguna cadena alimenticia ni dietaria argentina.
Gráfico 1
Evolución de la Producción (en miles de Toneladas) y Superficie Implantada (en miles de Hectáreas) del cultivo de Soja en Argentina.

Fuente: Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, 2003
En los noventa, el doble cultivo trigo-soja, ha permitido mejorar la rentabilidad de la empresa agropecuaria, manejar su flujo financiero y endeudarse por nuevos productos y maquinarias. La siembra directa, desde hace diez años, ha sido la tecnología propuesta para disminuir el daño por erosión, basada en la no-remoción del suelo y la aplicación de herbicidas.
Podríamos preguntarnos si más allá de la búsqueda por el incremento en los rendimientos, muchos agricultores o el gobierno analizan o conocen los perjuicios que manejos altamente intensivos pueden generar sobre la base de recursos del país. Es posible que sí. Es muy probable que para muchos, especialmente los pequeños y medianos productores, vean año tras año, que sus bolsillos se engrosan con atrayentes pagos por arrendamiento y que sus propios campos, muchos de ellos ya administrados por terceros, se degradan cosecha tras cosecha. El aumento de la escala, detrás de esta economía monoproductiva y sojaexportadora, es una realidad incontrastable.
Además de los herbicidas (en una década, pasamos de un consumo de 1.000.000 de litros de glifosato a más de 150.000.000), la soja utiliza una batería de agroquímicos para el control de sus principales plagas y enfermedades, y también ahora fungicidas y curasemillas, de alto costo y la mayoría importados. El riesgo relativo por contaminación con plaguicidas ha demostrado una evolución importante, especialmente durante los últimos quince años, asociado posiblemente al notable incremento en el consumo de herbicidas y agroquímicos vinculados a la producción de soja (Mapa Nº 1).
Mapa 1
Estimación del riesgo relativo de contaminación por plaguicidas en diferentes zonas de la pradera pampeana durante 1960-2000.

Fuente: Programa Nacional de Gestión Ambiental Agropecuaria, INTA, 2002.
Los efectos e interacciones que los organismos genéticamente modificados, especialmente la soja transgénica, están teniendo sobre el medio ambiente y la sociedad, no se encuentran aún en la agenda de discusión que la República Argentina se debió y no cumplió aún. Una agenda abierta que amplíe no sólo el debate científico sino también la participación y opinión de todos los actores de la sociedad. Estas nuevas tecnologías, por su poder de transformación y sus potenciales impactos no pueden ni deben dejarse sólo en las manos de intereses mercantiles o sectoriales.
Son procesos que por supuesto no sólo responden a un determinado desarrollo tecnológico sino que lo trascienden ampliamente y pueden tener una relación directa con los posibles y devastadores efectos de la privatización de la ciencia y la tecnología. Las equivocadas dependencias, alineamientos o complacencias que pueden poner en peligro la independencia de la ciencia nacional y su destino futuro. Puede haber beneficios pero los riesgos también pueden ser enormes, si no se evalúan en el ámbito y con la amplitud debida. La participación social y su juicio se hace obligatoria en el desarrollo e implementación de una ciencia postnormal (Funtowicz y Ravetz, 1994). Es necesario entonces agrandar el foco de análisis e incorporar nuevos elementos e instrumentos como los aportados por la economía ecológica, la ecología productiva, la teoría del riesgo tecnológico y el principio de prudencia. El país pasó a formar parte de un gran engranaje mundial que lo alejó de la sustentabilidad ambiental y social para encauzarse en un camino de "subdesarrollo sustentable" (Cavalcanti,2000) sólo útil para las economías del Norte y ciertos sectores específicos y concentrados, los nuevos enclaves, del Sur.
Jonathan Swift (1667-1745) decía que "cualquiera que pueda hacer que crezcan dos espigas de cereal o dos hojas de hierba en un suelo donde antes solamente crecía una, merecerá mayor agradecimiento de la humanidad y hará mejor servicio a su país que toda la raza de políticos juntos". Una loable actitud, que apuntaba a la radical importancia que siempre tuvieron los alimentos para la Humanidad. Doscientos cincuenta años después, el objetivo productivo sigue presente pero la distorsión y el dominio posterior de lo generado se monopoliza en muy pocas manos que no contemplan los impactos sociales y ambientales que sus prácticas generan. Aquí nuevamente las definiciones de una política estratégica para el manejo racional de los recursos vuelve a tener la trascendencia de la comprensión e importancia que la política como tal tiene como marco regulatorio de una tecnología fuertemente transformadora.
La pérdida de los necesarios instrumentos y organismos técnicos de regulación durante los noventa, sumado a importantes cambios en los procesos productivos facilitó una expansión sin control hacia pocos cultivos sólo del interés de los mercados externos. Durante más de diez años, el país venció récord tras récord sus agroexportaciones y esto en ningún momento demostró la más mínima mejoría del entorno social. Por cierto la "teoría del derrame" no se cumplió, sí la de la concentración. La agricultura no es un tema menor en la agenda de los países, y es fácil comprender como cada uno de ellos, ricos y pobres, defienden sus posiciones hasta el extremo. Argentina debe recuperar el terreno perdido y evitar que la política del sector le sea marcada de antemano. Muchas veces, las invisibles manos del mercado, deben tener quién las oriente (Pengue, 2000), que hoy luego de observar lo ocurrido con el manejo discrecional de nuestros recursos, se reafirma totalmente.
Este proceso no es intrínseco de la Argentina, sino que responde a una estructura mundial de dominio del mercado mundial de alimentos por parte de compañías norteamericanas y europeas, que especialmente después de la segunda guerra mundial, facilitó el hecho que decenas de países que antes eran autosuficientes comiencen a depender de fuentes distantes en cuanto a la provisión de materias primas y las formas de consumirlas. La fuerte impronta monopólica de los traders cerealeros, las agroquímicas y las compañías de semillas continúa con su marcha silenciosa. Es muy notable, y difícil de comprender el cómo estas compañías pudieron deslizarse a través de la historia con tanta discreción como lo hicieron (Morgan, 1979). En la última década existe además una fuerte aceleración hacia una mayor concentración y alianza de corporaciones en todas las áreas de semillas, farmoquímica y traders, que dominan la cadena en todas sus etapas (Morales, 2002). Las cinco compañías más importantes a escala global y que por supuesto operan en la Argentina, son Dupont, Monsanto (que incluye a Cargill y Dekalb), Syngenta, Aventis y Dow Chemical.
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2. La pampeanización de la Argentina
La intensificación agrícola de la década pasada y actual promovida por la globalización monopólica de los alimentos, ha generado algunos beneficios sectoriales pero también cambios relevantes en la estructura agraria.
Todo este proceso ha llevado a una acelerada agriculturización o más bien una sojización del modelo que eliminó el planteo mixto y transformó, especial pero no únicamente a toda la Región Pampeana, en un área eminentemente de monocultura sojera.
Sí en cambio, el fuerte desplazamiento hacia la monoproducción, pone en tela de juicio la sustentabilidad de todo el sistema productivo nacional, dado que con las nuevas variedades de soja transgénica, las prácticas de cultivo se han extendido por doquier, avanzando sobre nuevos ambientes, hacia en Noroeste, el Noreste y el Oeste del país, generando una "pampeanización" de sistemas ecológicos altamente frágiles. El proceso alcanza ya al Oriente boliviano, el Paraguay, sur del Brasil y el Uruguay, que utilizarán a la Hidrovía Paraguay-Paraná para la salida de toda esta producción. Un proyecto de dudosas consecuencias ambientales que intenta profundizar el dragado del río a lo largo de 3.400 kilómetros del sistema fluvial y emprender otros trabajos de ingeniería que contribuirán a la salida de cada vez más grandes volúmenes de materias primas.
Nuevamente, la falta de una política adecuada para detener los desmontes para la siembra de soja, de ricas áreas en biodiversidad como Las Yungas o el Monte Chaqueño, dejan una estela preocupante y un enorme pasivo ambiental en una historia que antes se produjo con el quebracho para la producción de tanino (Martínez Alier, 2003). Velozmente se desmontan hoy mismo, cientos de hectáreas de bosques y montes nativos que tardan mucho tiempo en desarrollarse. Cuando se elimina el bosque se reduce en forma notable la retención del agua de lluvia y aumentan la evaporación y los procesos erosivos (hídrica y eólica), se acentúa la amplitud térmica del ambiente, disminuye drásticamente la biodiversidad nativa, se suspenden el aporte de materia orgánica y nitrógeno y se interrumpe el desarrollo de suelos. El impacto que ejerce el hombre sobre los ecosistemas naturales queda perfectamente reflejado en la situación actual del Parque Chaqueño, donde desaparecen casi hasta la extinción el quebracho colorado, el quebracho blanco, los algarrobos blanco y negro, el guayacán, palo mataco, palo cruz, mistol, brea, chañar y otras maderas de ley. Los bosques se eliminan y son reemplazados aceleradamente por cultivos de soja, caña de azúcar, cítricos, algodón, tabaco, porotos y otros que avanzan constantemente por un proceso que está "incentivado por una política de expansión de la frontera agropecuaria que aporta facilidades crediticias, incluyendo desde el desmonte hasta la adquisición del equipamiento y agroquímicos. El desmonte, que viene efectuándose a una tasa de 30.000 hectáreas por año, continúa. Las facilidades crediticias también se destinan a la reforestación con otras especies exóticas de crecimiento más rápido para la producción de papel y maderas de baja calidad"(Atlas Argentino, 2003). La deforestación es muy notable en las provincias que actualmente están permitiendo una gran superficie de sus territorios a los nuevos avances de las sojas transgénicas, como Salta, Jujuy, Catamarca, La Rioja, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba, Santa Fe, Chaco, Corrientes o Entre Ríos en un notable proceso de desmonte legal o ilegal, observándose además un incremento muy fuerte de las superficies afectadas por incendios, muchos de ellos intencionales en las áreas involucradas con no sólo el quemado de arbustales sino en algunos lugares la quema directa del bosque nativo (Cuadro Nº 1)
Cuadro 1
Bosques y Montes Naturales en Provincias seleccionadas en 1935 y en el año 2000. Superficie en Km2.
Provincia Superficie en 1935 Superficie en 2000
Salta 107.000 71.292
Jujuy 18.700 9.391
Catamarca 51.500 4.514
La Rioja 78.000 3.218
Tucumán 19.800 7.930
Santiago del Estero 107.000 69.115
Córdoba 138.000 13.308
Santa Fe 59.000 8,253
Chaco 82.000 51.018
Corrientes 47.200 S/d
Entre Ríos 49.000 S/d
Fuente: Elaboración Propia sobre la base de datos de Secretaría de Ambiente y Desarrollo Humano – Dirección de Bosques, 2002.
La situación de la Selva de Yungas, no deja de ser un ejemplo paradigmático de lo acontecido primero con el avance de la caña de azúcar y hoy en día directamente con la fuerte presión por sistematización de campos para soja. Aproximadamente un tercio de la superficie de las Yungas responde a la selva pedemontana, la de mayor riesgo frente a este avance. De casi 2.100.000 de hectáreas, el 75 % del total, es decir alrededor de 1.500.000 hectáreas ya han sido transformadas para la producción agrícola. Sólo en el área pedemontana, son más de cien las especies de árboles las que viven, de las cuales, 40 son exclusivas y 10 son de interés forestal actual, lo que implicaría la posibilidad de una explotación forestal racional y certificada, que no ameritaría su destrucción definitiva.
El pasivo ambiental generado en tantas áreas del país se suma como veremos a la degradación y pérdida de estructura y nutrientes de muchos de los suelos más ricos del mundo, aquellos alojados en Pampa Argentina, y que fueron la base de su riqueza, que si bien siempre mal distribuida, permitió ciertos procesos de expansión y progreso del país en épocas pasadas. La fuga de materiales - resultado de la erosión - sumado a una extracción minera de nutrientes por parte de la agricultura y el abandono de las rotaciones con ganadería, está planteando que estos suelos se vean obligados a ser fertilizados masivamente, con agroinsumos sintéticos, en poco tiempo.
Degradación, erosión y desertificación tienen una directa consecuencia ambiental, escasamente perceptible hasta su materialización en la imposibilidad productiva, lo que se manifiesta en algo aún más terrible: el aumento de la pobreza, la devaluación económica de los recursos y el aumento del costo social.
La enfermedad ecológica nacional más grave de un país agroexportador como el nuestro, está vinculada al proceso de desertificación y a su manifestación más evidente hasta en los climas superhúmedos: La erosión (Morello y Pengue,2001).
Sobreexplotación y subvaluación de los recursos: La Deuda Ecológica que crece.
Pareciera ser que "la gran aspiración de esta ‘nueva agricultura’, sería un verdadero salto cuantitativo de la producción actual, liderada por la monocultura sojera, de real peligro para la diversidad biológica y la regeneración de los suelos"(INTA, 2003). "En la Argentina, hay alrededor de 60 millones de hectáreas con algún grado de erosión que equivale a la superficie de las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe (en conjunto una superficie mayor a la de Francia). Tenemos las tres cuartas partes del territorio con procesos de aridez y semiaridez. El costo anual de esta erosión es de mil millones de dólares y si se toma solamente a la Región Pampeana, el calculo alcanza los 600 millones. Esas pérdidas se duplican, si contabilizamos los daños a la infraestructura (redes ferroviarias, viales, puentes, embalses)" (Casas, 2003). Por supuesto, estos costos se incrementan más cuando valorizamos las externalidades y la exportación de nutrientes, sin reposición natural, que se van con los cultivos (otros 900 millones de dólares con la cosecha actual) (Pengue, 2003) (Cuadro Nº 2). La sobreexplotación exportadora, sostiene al gobierno de la mano de las retenciones agropecuarias (alcanzan el 22 % de la exportación de granos), garantiza la continuidad en el pago de los servicios de la Deuda Externa y por otro lado incrementa día a día la Deuda Ecológica.
Cuadro 2
roducción de Soja en la República Argentina: Estimación de la exportación de nutrientes (Nitrógeno y Fósforo) y sus costos para la cosecha 2002/03 estimada en 34.000.000 de Toneladas.
Nitrógeno Fósforo Total
Nutriente extraído en Toneladas 1.020.000 (1) 227.800 1.247.800
Equivalente en Fertilizantes – Toneladas (2) 2.217.400 1.109.386 3.326.786
Costo estimado de la reposión por lo exportado u$s 576.524.000 u$s 332.816.000 u$s (3) 909.340.000
1. Se debe tener en cuenta que aproximadamente existe un 50 % del nitrógeno es aportado por fijación biológica, que vuelve al suelo por fertilidad natural, si bien puede no estar disponible.
2. El equivalente fertilizante, que nos permite estimar el valor de lo exportado, es decir lo mínimo necesario para la reposición es urea granulado por el nitrógeno (u$s 260 por tonelada) y superfosfato triple (u$s 300 por tonelada).
3. A los dos nutrientes calculados, hay que considerar la importante extracción de otros elementos mayores como el K, Ca, Mg y S y oligoelementos como el B, Cl, Cu, Fe, Mn, Mo o Zn.
Fuente: Pengue, 2003 (b).
Los beneficios alcanzados por algunos sectores, no pueden disimular los daños ya claramente identificados: Impactos sociales (entre 1988 y 2002 desaparecieron 103.405 establecimientos a escala nacional, y más del 30,5 % en la Región Pampeana, alrededor de 60.000 menos), concentración y escala (la unidad económica pampeana pasó de 257 a 538 has.) (Cuadro Nº 3), en el país hay 127.565 familias de pobres rurales, efectos económicos como las externalidades ya enunciadas, pérdidas de prácticas sustentables (sólo en el último quinquenio la superficie sembrada con soja aumento un 75 % mientras que el maíz se redujo un 34 % (Cuadro Nº 4) y si llevamos la cifra a la última década el área sembrada con la primera fue de un 126 % mientras que la del maíz lo hizo sólo un 14 %, diez millones de argentinos están en la indigencia y 20 millones se encuentran bajo la línea de pobreza con el 22 de la población desocupada, uno de cada cinco niños en Argentina está desnutrido, o sea que alrededor de 2.108.237 niños no tienen cubiertas sus necesidades básicas de alimentos, ventas subvaluadas de campos (17.000.000 de hectáreas ya están en manos de extranjeros) y fenómenos culturales que junto con los impactos ecológicos ni siquiera han sido mencionados o medidos correctamente. A esto se suma, y no es un tema menor, la inadecuada orientación de la política científica en el sector agropecuario, la corresponsabilidad entre eficiencia económica productiva y eficacia social o la contribución o no hacia los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
Cuadro 3
Disminución de las Explotaciones Agropecuarias por Grandes Regiones. Argentina.
Censo Año Total País Pampeana NEA* NOA** Cuyo Patagonia
1988 421.221 196.254 85.249 72.183 46.222 21.313
2002 317.816 136.345 68.332 63.848 32.541 16.750
Diferencia % - 24,5 - 30,5 - 19,8 - 11,5 - 29,6 - 21,4

Fuente: Elaboración Propia sobre la base de datos del Censo Nacional Agropecuario 2002, INDEC. (*NEA: Nordeste de Argentina, **NOA: Noroeste de Argentina).
Cuadro 4
Evolución de la soja durante el quinquenio 1996/97 – 2001/2002 respecto a otras producciones extensivas.
Arroz Maíz Girasol Trigo Soja
1996/97 226.573 4.153.400 3.119.750 7.366.850 6.669.500
2001/02 126.519 3.064.276 2.050.365 7.108.900 11.639.240
diferencia porcentual - 44,1 % - 26,2 % - 34,2 % - 3,5 % 74,5 %
Fuente: Dirección de Coordinación de Delegaciones de la Secretaria de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación, SAGPyA, 2003.

Desde la política aperturista de la economía de la dictadura militar diseñada desde 1976, podemos afirmar que en términos de desarrollo Argentina se ha reprimarizado y desindustrializado, habiendo retrocedido varias décadas en sus indicadores de bienestar económico y social. Este modelo de acumulación rentístico o de valoración financiera se profundizó en la década de los noventa, generando una alta concentración y extranjerización del aparato productivo a partir de una irrestricta apertura de la economía a las importaciones de todo tipo, una paridad artificial del sistema cambiario y la privatización de todas las empresas del Estado.
Este fue el escenario ideal para la expansión de las corporaciones internacionales que hallaron en el modelo argentino, la posibilidad de crecer en un negocio concentrado en la producción de materias primas con escaso o nulo valor agregado, que facilitó un enorme flujo de materiales, materias primas, a precios competitivos, con un subsidio aportado gratuitamente: el suelo.
Actualmente seguimos enfrentando un proceso económico apoyado directamente en la economía agroexportadora, con un alto endeudamiento externo, un mercado interno comprimido, salarios devaluados y con escaso poder de compra en el marco de una fuerte crisis social irresuelta.
A esto podemos sumarle las fuertes presiones de la banca y los organismos internacionales de crédito y los gobiernos europeos por el aumento de las tarifas (las empresas son de este origen), la compensación a los bancos por la pesificación desigual y la privatización de la banca pública. A ello podemos sumarle la exigencia por mantener un superávit fiscal alto a los efectos de sostener rentabilidad para el pago de los intereses de la deuda externa y acordar nuevas condiciones a los efectos de continuar consagrando la dependencia económica.
Mientras los Estados Unidos, la Unión Europea, el Japón continúan subsidiando a los productores de sus respectivas naciones y a sus corporaciones multinacionales de origen, deprimiendo los precios internacionales de los productos básicos, los productores del sur, se ven impelidos a producir cada vez más, sobreexplotando los recursos con que cuentan.
Ninguna nación que se precie, ha podido resolver el nudo gordiano del subdesarrollo sosteniendo su economía en la producción de productos primarios, y menos aún, cuando se depende exclusivamente de unos pocos de ellos, con escaso poder de negociación. Las economías más desarrolladas agregan valor, que es sumar trabajo y precio, a cada una de sus producciones. Argentina, este año exportará alrededor de 70.000.000 de toneladas de granos, de los que sólo saldrán como valor agregado poco más que el 2 % de los mismos (Cuadro Nº 5). Si las economías más desarrolladas, altamente proteccionistas, no permiten el ingreso de productos de los países en subdesarrollo con valor agregado, y además se nos exige el pago creciente de deuda, será imposible mínimamente sostener el sistema, sin su destrucción en el mediano plazo. De hecho, podría ser posible que nuestros países, en conjunto especialmente los de América del Sur, sugieran una política de pagos y renegociación de deuda sólo con los ingresos adicionales que pudiesen generarse a partir de la exportación de productos con alto valor agregado final.
Cuadro 5
Exportaciones con mayor valor agregado en el Complejo de Granos
País % exportado con valor agregado
Italia 48,2
Holanda 45,1
Dinamarca 43,2
Suecia 39,9
España 37,6
EE.UU. 17,6
Argentina 9; 2,4
Fuente: Organización Mundial de Comercio, OMC, Anuario, 1998.
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3. El camino hacia la Soberanía Alimentaria
Es evidente entonces, que la política agropecuaria no sólo debe contemplar el producir materias primas para sus mercados externos. En la búsqueda productivista y muchas veces acallado por la recuperación de impuestos y retenciones, el Estado Argentino ha desatendido, una situación básica, cabalmente comprendida por la mayoría de las naciones desarrolladas: Su Soberanía Alimentaria.
"La Soberanía Alimentaria es un derecho de la Nación a definir su propia política agraria, de empleo, pesquera, alimentaria y de tierras de manera tal que sea ecológica, social, económica y culturalmente apropiadas para sí y sus condiciones únicas. Esto incluye el verdadero derecho a la alimentación y a las formas de producirlo, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho a una alimentación sana, nutritiva y culturalmente apropiada, y a la capacidad para mantenerse a sí mismos y a sus sociedades"(Cepa, 2002).
Implica la determinación y el abastecimiento de los requerimientos de los alimentos de la población a partir de la producción local y nacional, respetando la diversidad productiva y cultural.
El fortalecimiento del tema o la debilitación del mismo en determinados tiempos históricos o frente a los nuevos acuerdos comerciales como el NAFTA (Luzzani, 2003) donde "su política agraria sumada a la negligencia gubernamental hizo perder a México su Soberanía Alimentaria" o el ALCA tienen implicancias no sólo alimentarias sino sociales, económicas, culturales y que pueden poner en riesgo la supervivencia misma de un Estado.
No sólo Argentina, sino también muchos países de la región, como el Brasil, aparentan intentar comenzar a revisar su propia política agropecuaria e inmediatamente se encuentran con serios escollos y presiones para definir una decisión soberana en este sentido.
Tanto como sucede ya en la Argentina, también a Brasil comienzan a ejercer presión para la liberación de organismos transgénicos (especialmente la soja), que hoy en día componen alrededor de casi 8.000.000 de toneladas de soja OGM y que ese país no sabe como justificar, dado que su producción en tierras brasileñas no estaría permitida. La estrategia de inundar ilegalmente el sur del país con OGMs ha dado sus frutos a las corporaciones y actualmente el gobierno brasileño se encuentra frente a la disyuntiva de exportar una producción sojera por la que se le analizará en cada puerto la tipología de su contenido y se le requerirá el pago del royaltie correspondiente a la compañía Monsanto, o dársela a los pobres (¿!). El paso siguiente es el que se vislumbra y que con semejante volumen generado, las corporaciones reclamarán posteriormente la liberación comercial de OGMs en ese país.
El no considerar seriamente las cuestiones de Soberanía Alimentaria, y sólo paliativos impacta por igual a los dos colosos del Sur. En ambos países, sea la campaña Fome Cero en Brasil o las medidas encaradas en Argentina, representan esquemas voluntaristas y clientelares que no atacan el corazón del problema y pobremente han demostrado resolver hasta ahora los serios problemas de acceso a los alimentos y desigualdades cada vez mayores de más de 46.000.000 de brasileños o del 57 % de la población argentina.
La discusión en ambos países debe pasar por el rescate de la soberanía alimentaria y el asegurar, además del necesario fortalecimiento y control independiente sobre las exportaciones y el pago adecuado por los correspondientes impuestos, el apoyo a las economías regionales por sector y por producto, el sostener al productor en el campo rescatando el concepto de multifuncionalidad de la agricultura, el considerar con amplitud los impactos por nuevas liberaciones de OGMs y por cierto, el reconstruir un sistema productivo que mire también hacia el mercado interno (Winck,2003). La convivencia de distintas formas de producción que apunten al desarrollo sostenible de los pequeños, medianos y grandes productores, que acerquen divisas genuinas al país, que mejoren el acceso y dominio del mercado nacional y fortalezcan las economías locales, rescaten del olvido a las economías regionales, y de una vez por todas permitan a nuestros pueblos asegurar la Soberanía Alimentaria que tuvieron desde antes y durante la llegada de nuestros inmigrantes, es uno de los principales desafíos. La producción agroecológica, en el ámbito local, es una alternativa productiva, viable, económica y validada técnicamente que puede favorecer un nuevo sistema de producción que pone nuevamente en manos del productor, las decisiones sobre el qué y cómo producir.
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4. La Batalla por la "Proteína"
Además de la sobreexplotación de los recursos naturales para hacer frente a una creciente demanda mundial de los países más desarrollados de materias primas y la subvaluación del precio de las mismas, al no incluirse las externalidades ambientales producidas que deberían ser internalizadas e internacionalizadas, los países del Sur, especialmente los de América Latina, se enfrentan a una importante batalla, más sutil pero que transformará el futuro de sus próximas generaciones: Además de la pérdida de su soberanía alimentaria, el sometimiento al cambio de las dietas y la pérdida de la calidad nutricional de sus alimentos, básicamente de las calidades de las proteínas que se ingieren.
Mientras por una parte se favorece como en Argentina, una especialización productiva que demanda una creciente cantidad de nuevas tierras para la producción de soja, se desplaza y disminuye la disponibilidad ganadera y los amplios espacios naturales para su producción, se fomenta el cambio cultural y de la dieta histórica que alimentó a generaciones con proteínas de alta calidad (carnes, leche, huevos) por aquella de menor calidad (basadas en la soja y en las supuestas bondades de la "leche de soja" o "carne" del mismo tenor). Estos cambios favorecidos por las corporaciones internacionales y por organizaciones nacionales, impulsan campañas como las de "Soja Solidaria" que pretenden alimentar a la población más pauperizada con una dieta casi exclusiva de productos derivados de la oleaginosa, sin considerar los consabidos riesgos de alimentar a los niños más pequeños, especialmente los menores de cinco años, con los derivados del cultivo (Políticas Sociales, 2002).
Hoy en día, cada argentino consume actualmente alrededor de 10 kilogramos menos de carne vacuna al año con relación al 2002. El nivel más bajo en la historia se alcanzó a principios de este año con un consumo de 51 Kg. anual por habitante (Federación Agraria Argentina, 2003). La caída promedio de carnes es del 16,4 % respecto de los 61,4 kilogramos por habitante que se consumían en marzo de 2002. El precio de los cortes vacunos aumentó un 86,3 desde la devaluación.
Mientras el mundo consume carnes de cerdos, y los países europeos alimentan a sus animales con la proteína de soja proveniente de la Argentina, este país con las mejores condiciones naturales para la producción de animales sanos ha perdido el 37,2 % del stock porcino, pasando en la última década de 6.000 reproductores porcinos a 1.200. La capacidad ociosa de las plantas de faena porcina alcanza el 70 %.
En el sector lácteo, se produce el mismo proceso, donde desaparecieron el 27,3 % de los tambos entre 1996 y el 2000. Entre 1999 y 2002 la producción de leche se redujo de 10 mil millones de litros anuales de leche a 8.000 millones señalando que el consumo promedio de leche por habitante disminuyó desde los 230 litros de leche anuales a 180. Además del serio riesgo de pretender alimentar a la población más pobre con "leche de soja" en reemplazo de la leche verdadera, se deben considerar los impactos socioeconómicos producidos contra cada uno de los sectores. Por ejemplo el sector lechero empleaba alrededor de 70.000 trabajadores.
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5. Consideraciones Finales
Argentina ha favorecido un proceso de especialización agroproductivo, centrado en la monocultura sojera, expandido a importantes ecoregiones del país, con una fuerte demanda por nuevas tierras y produciendo un intenso impacto ambiental y degradación de recursos, tanto naturales como humanos.
Existe una sobreexplotación de los recursos nacionales y una concentración en el negocio agrícola que ha pasado rápidamente en las últimas décadas a manos de corporaciones internacionales que, operando a escala global, dominan todos los puntos de la cadena de agroalimentos.
Los buenos precios internacionales y el modelo de reducción de costos de la soja transgénica, ha facilitado un proceso de producción, altamente dependiente de los valores y vaivenes del commodity a nivel mundial. Esta oscilación ha facilitado un intenso desplazamiento de otras producciones diferenciadas y de productos de demanda de consumo interno. En poco tiempo, el país presenta serios signos de afectación en su soberanía alimentaria.
La demanda por materias primas, fuertemente subvaluadas en el mercado internacional, la imposibilidad del país por comercializar productos con mayor valor agregado – situación repetida en muchos otras naciones del Sur -, las barreras paraarancelarias y los fuertes subsidios de las economías desarrolladas, obligan a una explotación cada día mayor de los recursos y la generación de pasivos ambientales que se suman a los impactos sociales y económicos relacionados con la desaparición de economías y producciones regionales y locales. La obligatoriedad por el incremento cada vez mayor de estas exportaciones sin valor agregado, para seguir cubriendo los intereses de la deuda externa es otro factor importante de esta degradación. La deuda ecológica del Norte sigue creciendo.
La pérdida de calidad nutricional y alimenticia a lo que hoy en día se somete a una buena parte de los argentinos, refleja el cambio de paradigma alimenticio, donde los países más ricos consumirán productos con una carga y riqueza proteínica superior, sustentado en el consumo de carnes de distinto tenor, mientras los países menos desarrollados, se someterán a una pérdida de su diversidad alimenticia. La batalla por la proteína de calidad está en ciernes.
Los daños ambientales y la pérdida de soberanía alimentaria reflejan los perjuicios generados en un país que no ha sabido poner límites a un modelo de producción minero, generar las políticas agropecuarias y ambientales adecuadas y utilizar los instrumentos económico ecológicos existentes, que faciliten el ordenamiento y el aprovechamiento regional y sustentable de su territorio frente al embate del "tecnodesarrollo" internacional impuesto.
El cambio hacia prácticas productivas, sustentables en todas sus aristas y que emergen de situaciones locales, puede asegurar la recuperación de productos y consolidación de mercados sociales, que ponen nuevamente en las manos de los productores, los instrumentos y las formas de producción, especialmente para el rescate de los pequeños y medianos agricultores, que son quienes en el marco del verdadero concepto de multifuncionalidad de la agricultura, implementan y desarrollen sistemas agroecológicos ambientalmente amigables.

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Referencias
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