Buenos Aires
Sábado a la máñana. En el departamento que ocupamos desde ayer no hay agua, están limpiando no sé qué y el portero sube y baja las escaleras meneando la cabeza y diciendo "no hay agua, no hay agua", como si repitiera una invocación secreta. Tranquilo José, le digo al salir, ya volverá. Si, volverá - dice mientras se fuma un pucho contraindicado en el vano de una puerta, pero ahora no hay agua.
Así empiezan los días en ésta ciudad a la que me resulta tan dulcemente arduo adjetivar. Mis últimos viajes para aquí siempre fueron a las apuradas, llegar, hacer, partir. Pero éste viaje es distinto, a otro ritmo. Ayer fuimos con Lucas a caminar por ahí, pasé a saludar a María que me vendió jengibre y hoy tendrá esas pomadas bolivianas para las tos y unas bolsitas de verduras cortadas para la sopa que no se consiguen en otro lado.
Ayer amanecí en el Buenos Aires de Retiro, una de esas capas que se van superponiendo sobre el cemento de la ciudad con el correr del día. Es la Buenos Aires oscura, con ojeras y camperas baratas y encimadas que llega en los trenes y se mete en el subte silenciosamente. Me impresionó el silencio en el coche, apenas el ruido de los boogies, el viento en las ventanillas, la humedad en los pasillos.
Línea C, Linea B, ascendimos a los cielos tanto como nos llevó la escalera mecánica y a las 8 de la mañana resucitamos con un café con leche y dos medialunas, ese beso que a veces te dá Buenos Aires mientras te avisa que no te descuides, que a la vuelta de la esquina te puede volar la cabeza.
1 se arrimaron al fogón:
Éste es uno de los textos no porteños más lindos sobre Buenos Aires que he leído hasta ahora. En unas pocas líneas sintetizás luces y sombras, penas y alegrías, rispideces y ternuras. Gracias!!
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