"No debemos olvidar en ningún momento –cualesquiera sean las diferencias de apreciación– que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el general Perón y el arcángel San Miguel. Se trata de optar entre el general Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón, fortalece a Pinedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opuesto al pensamiento del país”. Raul Scalabrini Ortiz

lunes, 16 de noviembre de 2009

Las sombras de la Estancia Santa Elena


Los diarios de ayer incluyeron en la sección policiales la triste noticia de la muerte de la familia de Rubén Oscar Salas, su esposa Fabiana González y sus tres hijos menores de edad, Federico, Gilda y Tiago. Rubén Salas era peón de tambo (empleado rural le dicen ahora) de la Estancia Santa Elena de Inchauspe y ocupaba una casita de un ambiente en el casco de la estancia, allá en el pago de Cambaceres. En esa piecita Rubén y Fabiana vivieron, soñaron, amaron y murieron cuando la garrafa se prendió fuego. Una piecita para los cinco, una piecita para los bártulos, para la cocina, para cambiar pañales, para pasar las heladas. Una piecita para el peón de la Estancia Santa Elena.

La misma estancia cuyos propietarios nos aleccionan sobre nuestras responsabilidades éticas, desde su página en internet:


"Todos y cada uno de los hombres, y las sociedades que ellos forman, tienen la responsabilidad ética de velar por el bienestar de sus semejantes. Quienes estamos dedicados a la producción de alimentos, hacemos de esta responsabilidad un deber prioritario en el mundo actual. Nuestra actividad con la raza Limousin es un aporte constructivo a la producción ganadera argentina. El material genético que ofrecemos contribuye al mejoramiento cuantitativo y cualitativo de la carne que se ofrece al país y al mundo. Estamos empeñados en llevar este aporte más allá de nuestras fronteras".
La casita donde se murieron Oscar y Fabiana y sus chicos seguramente vale mucho menos que un toro de la estancia. Seguramente vale mucho menos que los pagos y beneficios que el Estado le hizo a sus dueños aquí, aquí, aquí y aquí.  Seguramente la casita era tan chiquita que pasó desapercibida a los inspectores de la UATRE, tan afanosos y dedicados para tomar el té con los patrones.


Desconfío que los curas que acudieron prestos a los piquetes del campo para ver si se congraciaban con la limosna sojera se acuerden de rezar por Oscar y por Fabiana y por sus tres seguros angeles, ni me importa; tal vez éste post nocturno sirva como oración fúnebre para ellos y para nosotros.

0 se arrimaron al fogón:

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