"No debemos olvidar en ningún momento –cualesquiera sean las diferencias de apreciación– que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el general Perón y el arcángel San Miguel. Se trata de optar entre el general Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón, fortalece a Pinedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opuesto al pensamiento del país”. Raul Scalabrini Ortiz

lunes, 15 de febrero de 2010

Sin pretensiones.



Cosa rara. Ahora resulta que los trenes de ese país lleno de señores Flanders que se llama Bégica también tienen la costumbre de chocar unos con otros y hacer un desparramo de muertos sobre la nieve como pocas veces vimos en estos pagos. A la nieve me refiero. En ese lugar del mundo, tan frío como el resto de Europa, pero un poco más, también hay una ciudad rebosante de Natalios Ruiz, multitudes de hombrecitos de sombreros grises que trabajan en las incontables cabezas de ese monstruo llamado Unión Europea, quiero decir - perdón - en las incontables cabezas de esa meduza llamada Unión Europea, quiero decir - perdón, perdón, en las dependencias administrativas de ese leviathan llamado Unión Europea, que - como todos sabemos se dedica a auspiciar galas de ballet, recitales de Juanes, festivales de pintura al tiempo que subsidia seminarios para periodistas especializados en decencia y valores morales, todo eso mientras se le escapa la idílica grecia, que prefiere mi veces jugar a la timba con Wall Street antes de caer en la garras de Bruselas, al menos como forma de cobrarse de algún modo el alquiler de sus aeropuertos, cargados de cargueros que llevan municiones y armas a Afganistán y, a cambio traen, ataúdes completamente llenos de rubias muecas de jóvenes americanos que probablemente nunca habían soñado conocer Grecia estando tan completamente muertos.

Bueno, no sé bien porqué dediqué ese primer párrafo de ésta vuelta a esos países tan incomprensiblemente lejanos, siendo que aquí cerca tengo a la República de Gualeguaychú (defendida por su guardia de talibanes ecológistas que saben tanto de papeleras y tan poco de glifosatos), o al Principado de Rosario (custodiado por las huestas progresistas que mueren por morirse de languidez en el Patio de la Música), o a las Repúblicas Unidas de la Soja, en cuyos dominios nunca se pone el sol sin haber aniquilado al menos un centenar de hectáreas de monte nativo.

No sé. Tampoco sé muy bien para que volver a escribir, si ya tengo comprobado que casi nunca me sale decir exactamente lo que quiero decir. Paciencia, mala pata. "Si te gustaba escribir - diría mi madre - no hubieses ido a la escuela industrial". Si, capáz que si, vaya a saber. Pero si no hubiese ido a la escuela industrial nunca hubiese visto esos amaneceres helados del año 83. Y contar eso, tal vez, sea una buena razón para volver a escribir. Sin pretenciones, claro, pero volver a escribir.

 

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